jueves, 7 de junio de 2012

Gris

Cuando el despertador suena a las 6 de la mañana no se puede levantar. La noche dando vueltas, enredándose entre las sábanas le está pasando factura.
Mientras se mira al espejo del baño siente como con sólo pensar en el desayuno le dan arcadas. Quizás, sólo quizás, esté enferma, así que se pone el termómetro con la vaga esperanza de poder quedarse en casa con una excusa válida. Pero no. Varios días sin dormir más de 2 horas seguidas, comiendo poco y mal o mucho y peor parece que le están pasando factura.
En la ducha se comporta como una autómata, tanto que ha puesto crema en la esponja en lugar de gel y parece darle igual.
Ya fuera se sienta en la alfombra tapándose con la toalla a modo tippi, cómo si la protegiera de todo lo que está en el exterior. Por un minuto, quizás dos, se siente tranquila.
Los pantalones han vuelto a quedarle grandes y esboza una leve sonrisa que se vuelve mueca. ¿ Eso no era bueno? En realidad no tanto, dejar una 44 por una 42 es nada, al menos para ella. Es más, deberá volver a rellenar ese pantalón porque tampoco se puede comprar otro.. así que.. qué más da?
No le queda claro si desayunar 3 Conguitos será muy sano o no.
Se sienta a disfrutar de la primera cosa que la hace respirar en el día: un café de su Nespresso y un Malboro light; desde que había vuelto a fumar hacía unas semanas sólo toleraba el Malboro light.
En el autobús elige un rincón minúsculo al lado de la ventana pero no se sienta. Siempre le ha parecido que los nuevos autobuses de gas van más despacio que los otros. Quizá debería haber cogido algo de abrigo, hace frío para ser mayo.
Se pasa el camino mirando la mitad del tiempo a las caras extrañas que la miran desde fuera y la otra mitad a su modernísimo Smartphone que hace días que ya no le ofrece el solo de saxo que precedía a un mensaje; ya tampoco los espera. Desde que las mariposas en el estómago y los cosquilleos en el corazón se convirtieron en pirañas mordiéndole los intestinos y agujas heladas clavadas en el alma, sabe que no tiene nada que esperar. Siempre, desde pequeña, fue muy intuitiva pero nunca le había servido de nada. Muchas veces sabía lo que iba a pasar, pero no hacía nada por evitarlo porque, en el fondo, siempre ha sido una cobarde.
Baja una parada antes y vomita los conguitos, el café y el humo del Malboro. Está gris y el día la acompaña.
Anda la escasa manzana que la separa de la oficina, llama a la canguro, tropieza, se para a mirar la Blythe del escaparate de esa tienda tan cara de modas, siempre mirándola con esos ojos inmensos, siempre juzgándola.
Faltan 5 minutos y en el baño de la primera planta se suelta el pelo, se calza los peep toes y se pinta la sonrisa… lo único que la gente ve en ella todos los días, las semanas, los meses.